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¿Una generación perdida?

A primera vista, difícilmente podría verse rastro alguno de la crisis en unas calles de Atenas rebosantes de gente y tráfico, de tiendas, restaurantes y cafeterías abiertas y repletas de turistas. Sin embargo, la conversación que hemos tenido con varios jóvenes que viven en la ciudad, nos ha mostrado un mensaje bien distinto; a su modo de ver, la ciudad es testigo de una generación perdida. 

Hagamos un ejercicio de memoria. En septiembre de 2008, el banco americano Lehman Brothers anunció su bancarrota. Fue entonces cuando una burbuja especulativa que fue agrandándose durante años estalló, propagándose la onda expansiva por todo el mundo financiero contaminado toda la economía financiera. Meses más tarde y como si de la mutación de un virus se tratara, el mal se extendió a la economía productiva y hoy día, pasados cuatro años, nadie sabe a ciencia cierta hasta cuándo continuará esta situación en la que todo lo que vertebra a las sociedades occidentales está en el punto de mira.

Una de las primeras víctimas fue Grecia. Años de corrupción política y una serie de decisiones económicas equivocadas han acabado por hundirla en deudas a las que el Estado no puede hacer frente, donde ya ni siquiera hay dinero público para los servicios más elementales y transita a la deriva perdida en un laberinto llamado Euro. Obligada a solicitar ayuda financiera a la Unión Europea, las duras medidas de contención del gasto que tuvo que aceptar a cambio están condenado a la pobreza a toda la sociedad griega. Los jóvenes respiran incertidumbre.

El anillo de la decadencia

Hace no tanto, Grecia era un país próspero, fue capaz incluso de organizar unos Juegos Olímpicos en 2004. Ocho años más tarde, por el contrario, aquellos edificios modernos que componían el anillo olímpico están medio abandonados. Diseñados por los arquitectos más famosos para colocar a la madre de la civilización occidental en el siglo XXI y asombrar al mundo, apenas se utilizan ahora. Atacados por la corrosión y faltos de mantenimiento, reflejan la decadencia de Grecia. Allí hemos quedado con Georgia Trikalioti, una joven de 29 años que cada tarde se acerca a ese complejo para correr. «Todos estamos preocupados, el paro aumenta y la comida y la gasolina cada vez están más cara ¡ A 2’12 euros el litro!», dice. No cree que las cosas se vayan a arreglar de forma inmediata y pone a los políticos en el punto de mira. «Me gustaría que nuestros hijos conocieran una Grecia mejor, pero eso no ocurrirá antes de 15 o 20 años». No ha tomado parte en ellas pero está a favor de las manifestaciones y huelgas: «Aquí es muy difícil vivir al mes con 350 euros y eso es lo que muchos jubilados cobran». Aunque no le gusten la violencia y los disturbios habidos en las protestas, se queja de la visión parcial que los medios de comunicación extranjeros han hecho de ellos, ofreciendo una imagen totalmente distorsionada de la realidad: «Lo que ha sucedido en una sola plaza de Atenas lo han extendido a toda Grecia». Ella sí tiene trabajo y vive a gusto en Atenas aunque si las cosas se complican, no duda en volver a su pueblo de nacimiento en el norte de Grecia, y allí dedicarse a cultivar su propio huerto.

El fin de una época

Llegamos a la Plaza Sintagma, cerca del Parlamento, en un metro moderno y totalmente limpio. En estos meses, cada vez que ha habido una huelga general, se han producido graves enfrentamientos entre manifestantes y policía. Hoy, la presencia policial es notoria e incluso se puede ver pequeños grupos de militares, pero el ambiente es agradable, es un día soleado de octubre y numerosos grupos de amigos descansan tumbados en el césped o charlan animadamente en los cafés y terrazas. «Viendo todo esto, un turista difícilmente podría imaginarse la situación real por la que está atravesando Grecia» dice Alkistis Malami quien viene de hacer unas compras con su novio Christos Delas. Malami, quien acaba de cumplir treinta años, ve la situación de Grecia peor que nunca, a veces piensa que toda la ciudad de Atenas desaparecerá algún día sumida en el caos. «El dinero no se mueve, no hay inversión y cada día decenas y decenas de pequeñas y medianas empresas cierran», dice señalando una lonja vacía. Cita la corrupción de gobiernos anteriores y las sucesivas decisiones políticas equivocadas. Cree que las medidas impuestas por la Unión Europea condenan a Grecia a la miseria: «Si estamos en Europa debería ser para ayudarnos unos a otros y no para ahogar a quien está mal, para que nunca más se pueda recuperar». Tiene claro quién es el responsable, «El Capitalismo». «Se ha acabado una época, es hora de adaptarse a la nueva situación, y Grecia tendrá que hacerlo muy rápido. Tendremos que aprender a vivir de otra manera», concluye.

La crisis de los cafés

«Hoy día viven un millón de inmigrantes ilegales en Grecia, sin nada, sin ningún tipo de derecho. Esa situación extrema ha empujado a alguno de ellos a la delincuencia, lo que ha traído un aumento de la xenofobia». Es una reflexión de Marios Ninos, un joven de veinte años venido de Corfu, una isla situada al noroeste de Grecia, pero que vive en Atenas desde el año pasado cuando comenzó a estudiar Económicas en la universidad. La crisis y los problemas que la crisis crea es el tema principal de las conversaciones con sus amigos. «Aquí es costumbre pasar las tardes con los amigos en los cafés pero, desde que la crisis comenzó cada vez nos juntamos menos amigos pues no todos se pueden pagar la consumición». Ninos cree que la solución puede ser volver al Dracma; aunque los primero años fueran complicados, una divisa más barata atraería a mayor número de turistas y poco a poco las cosas irían mejorando. Sin embargo, al hablar del futuro no es nada optimista y ya tiene decidido que si la situación no mejora, saldrá al extranjero una vez acabados sus estudios. «Sabiendo inglés y alemán, no creo que tenga mayores problemas para encontrar trabajo en otro lugar de Europa. Hemos creído que Grecia era un país rico, pero todo era un espejismo. Los políticos permitieron que la deuda con los inversores extranjeros creciera de forma descontrolada y ahora, cuando ha llegado la hora de pagar, nos hemos dado cuenta de que no hay dinero. Lo peor es que no hay modo de conseguir préstamos, porque la credibilidad de Grecia en el exterior es muy escasa».

Mensajes desesperanzadores

Seguimos nuestro camino hasta llegar al populoso barrio de Panormou. Allí nos espera Marios Xristoforos, un sonriente camarero de diecinueve años. Tras traernos un café nos brinda unos minutos de su descanso. Aunque no esté en contra de quienes hacen huelgas, nos confiesa que para la cafetería no ayuda en nada: «Cuando el servicio de barrenderos decidió ir a la huelga por ejemplo, la basura se fue apilando y, al final, tapó toda la calle. Con el calor del verano, el hedor era insoportable». En cualquier caso, es muy crítico con el mensaje que ha calado en la sociedad: «El Gobierno nos quiere hacer creer que las cosas están muy mal, y es por ello por lo que no acabamos de salir de este pesimismo. Veo la sociedad como si se hubiera dado por vencida. La situación no es buena, pero aunque tengamos esa sensación de escasez, sí hay dinero. Ha sido culpa de todos; sí, los políticos lo podrían haber hecho mejor, pero toda la sociedad ha tomado parte en esto, malgastando el dinero y no pagando los impuestos como era debido”. No cree que haya sido buena idea salirse del Euro, «pero tampoco fue buena idea entrar en el Euro en 2002, la economía de este país no estaba preparada para ello, pero el gobierno de entonces presentó unas cuentas falsas para que el ingreso de Grecia se efectuara como si fuera algo obligatorio de hacer», comenta antes de volver al trabajo.

Siguiendo la marea de la gente, llegamos al barrio cercano a la Acrópolis, a Monastiraki, la zona más turística de Atenas. La euforia que se vive aquí no tiene nada que ver con los testimonios que hemos recogido. Grandes grupos de turistas hacen fotos a cualquier esquina, los puestos de venta, tiendas y restaurantes están a rebosar y es difícil ver a alguien sin sonreír. Parece que la crisis no ha llegado a las zonas turísticas, y parecen invisibles quienes padecen sus consecuencias para aquellos que no tienen problemas económicos. Sin duda, cuando las cifras macroeconómicas vuelvan a los resultados positivos, esa será la cruel herencia de esto que vivimos hoy día, el aumento de la brecha entre las clases humildes y las adineradas.

Original publicado en euskera en la revista Gaztezulo:
http://www.gaztezulo.com/artikuluak/belaunaldi-galdua-ote

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