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Claudia Rodríguez-Ponga Linares. El comisariado como mediación

Claudia Rodríguez-Ponga Linares es una de las incorporaciones de Blackkamera para esta temporada en la que impartirá sus conocimientos dentro del temario del Curso de Perspectivas Personales. En esta charla hablamos sobre sus proyectos, su experiencia durante estos tiempos excepcionales que nos ha tocado vivir y sobre la labor de comisariado de una exposición.

¿Cómo has vivido este año largo de pandemia? ¿Ha supuesto un parón a tus proyectos o ha servido para empezar a pensar en otros nuevos?

En lo que al trabajo se refiere (y en general), el confinamiento con niño pequeño en casa fue muy duro. Creo que el tratamiento que se le dio a la infancia en ese período fue criminal, y que las mujeres y concretamente las madres tuvieron que hacer frente a una situación en que colapsaron completamente las esferas de los cuidados y del trabajo. Creo que hasta cierto punto la pandemia ha recrudecido ciertas desigualdades de género que tienen que ver con la incompatibilidad entre los derechos laborales de las mujeres y su derecho a criar. Recomiendo revisar los materiales que se publican en este sentido en el Centro hacedor de futuridades maternales. En el mundo del arte y de la docencia, siendo ámbitos laborales especialmente precarios, se agudizó la ansiedad por el futuro, se perdieron de vista los pocos horizontes que cada quien tenía en mente. Fue en este periodo que Isabella Lenzi y yo empezamos a conversar con varias personas para tejer una especie de horizonte, con esta cuestión de los cuidados y del volver a estar juntas en mente: un horizonte hecho de horizontes diferentes que sirviese de espacio para anidar. La exposición se llamó “Nudo Nido”, y tuvo lugar entre marzo y mayo de este año de este año en la Sala de Arte Joven de la Comunidad de Madrid.

¿Cómo definirías la labor de comisariado? ¿Quiénes son tus referentes dentro de esta especialidad?

El comisariado tiene mucho de mediación. Mediación entre la artista, la institución y/o la galería. La mediación en sí, como parece lógico, no privilegia a ninguna de las partes. Sin embargo, como la artista generalmente se encuentra ya en una situación de desigualdad respecto de la institución o la galería, muchas veces la comisaría debe compensar y defender, en la medida de lo posible, los intereses de la artista. Por supuesto, me gustaría aclarar que esta desigualdad no tiene por qué tener que ver con mala voluntad o malas prácticas, sino con deformaciones estructurales o bien de los sistemas burocráticos por los que se rigen las instituciones públicas necesariamente o bien del propio mercado. Por no mencionar la precariedad presupuestaria a la que estamos abocados, parece ser, en este país, que hace que muchas veces no se contemplen los honorarios de las artistas, lo cual es una auténtica barbaridad. El dinero de producción no es equivalente a los honorarios: una cosa es lo que el artista invierte en la producción de su obra y otras son las ganancias que le sirven para pagar el alquiler, etc. O al menos así debería de ser. Por otra parte, el comisariado también tiene mucho de escucha: para poder mediar es necesario, primero, saber escuchar a todas las partes. Además, para la artista, la escucha es vital porque es en ese espacio que se abre donde pueden producirse pequeñas epifanías y mutaciones en su discurso que se concreten, con ayuda de la comisaría, en una exposición. Por otra parte, hay una labor intelectual, que tiene que ver con tomarle el pulso a los tiempos que corren: hay que estar ubicado para poder ubicar la obra del artista en el espacio y el tiempo. En este sentido, por citar solo dos exposiciones, me encantó el trabajo de Anselm Franke en Animism y el de Chus Martínez en La gran transformación. Ya por último, creo que hay grandes exposiciones que suponen un trabajo minucioso de investigación a nivel académico, pero también intuitivo y plástico. En ese sentido recuerdo con cariño la exposición Formas biográficas, comisariada por Jean-François Chevrier y la exposición sobre Constant comisariada por Pedro G. Romero, ambas en el Museo Reina Sofia de Madrid. También me viene ahora el recuerdo de una exposición magnifica sobre la fotografía como prueba documental, comisariada por Diane Dufour en The Photographers Gallery de Londres. La exposición se llamó “Burden of Proof: The Construction of Visual Evidence” y era un trabajo maestro…

A la hora de montar una exposición, ¿cómo suele ser la relación con el artista? ¿tiene siempre la última palabra o sabe delegar en alguien con mayor formación sobre cómo ha de mostrarse un conjunto de obras de arte?

No todos los comisarios estamos hechos para trabajar con todos los artistas y viceversa. La relación con el artista, como todas las relaciones, depende de las partes involucradas, pero tampoco es una suma de dos partes: es algo nuevo, un ente nuevo, que se produce entre comisario y artista y que Simondon llamaría “encuentro”. En ese encuentro nadie tiene “la última palabra”: no hay jerarquía y, si la hay, es una jerarquía fluida. La artista toma decisiones que la comisaría no puede tomar y viceversa. Hay artistas que han acabado comisariando sus propias muestras con mucho más criterio que el comisario o comisario que les habían adjudicado. En resumen, no creo que la comisaría por el hecho de ser comisaria tenga necesariamente mayor formación para decidir cómo ha de mostrarse un conjunto de obras de arte. Lo que debe tener es otra cosa: capacidad para el encuentro y para llevar las cosas a buen puerto sin necesidad de reafirmar, todo el rato, su “autoridad” de cara a la artista.

En este sentido, ¿tienes un proceso interiorizado cuando abordas una curaduría? ¿Cuál suele ser el tiempo promedio que lleva preparar una exposición desde el primer paso?

En lo que a los tiempos se refiere, varía mucho, pero por lo general son necesarios muchos meses o incluso años de colaboración y diálogo.

Te incorporas este año a Blackkamera como docente en el curso de Perspectivas Personales en Fotografía, ¿qué esperas encontrarte entre los alumnos y alumnas que tomen parte en él y cuál sería la idea principal que querrías transmitirles?

Me interesa que reflexionen sobre el poder las imágenes, sobre sus mecanismos ocultos y no tan ocultos, y ofrecerles unas coordenadas teóricas imprescindibles que, como un andamiaje, les estimulen y les ayuden a crecer.

¿Dentro de las tareas que se le suponen a un comisario, se incluye la de explicar o tratar de que el público sea capaz de entender lo que en una exposición se muestra?

No creo que haya obligatoriedad, pero si me parece conveniente. Como docente, me sale solo, me resulta natural tratar de aproximar la exposición al público, principalmente por medio de visitas. Pero creo que también hay que tener en mente que no todo debe ni puede ser para todos los públicos. No se puede agradar a griegos y troyanos (expresión brasileña) y, sin embargo, el público es parte de la obra; la completa, como decía Duchamp. La antropología del arte contempla la obra de arte, o su exposición, como un nexo relacional y, en este sentido, al público se le tiene en cuenta, claro que sí. Ahora bien, no considero que eso deba ir en detrimento de la calidad de la expo o la complejidad de la propuesta. Además, creo que “el público” es más listo y sensible de lo que se suele asumir, y que hay que invitar, pero también complicar de alguna manera esa invitación para que resulte estimulante, real y la experiencia expositiva no sea reducida a la banalidad de la pura comunicación verbal-literal.

En el último año ha habido un cambio de paradigma provocado por las restricciones derivadas de la pandemia, produciéndose una avalancha de viewing rooms, visitas virtuales a exposiciones y tiendas online ¿Cómo ha de adaptarse la labor del comisario a esta nueva situación? ¿Qué se ha de esperar de una exposición online?

Creo que no hay ninguna obligación de adaptarse: que se adapte quien así lo desee o considere. Yo, particularmente, tengo una relación muy deficiente con lo digital (con lo virtual, en cambio, tengo muy buena relación, si tenemos en cuenta que la imaginación y los afectos se gestionan en una cierta dimensión virtual del cuerpo). No tengo Instagram por ahora, uso muy poco el Facebook, no tengo web… no tengo tiempo. Con el WhatsApp ya se me va la vida. Pero he de decir que este año he empezado la docencia online como profesora colaboradora de la UOC y estoy encantada, porque veo que se plantea no como un sucedáneo de la enseñanza presencial, sino como otra cosa. Que quede claro: amo la docencia presencial y disfruto muchísimo del contacto con las alumnas en SUR Escuela y en la UAM. Precisamente por eso, me resultan muy pobres algunas formas de docencia online que se plantean como “plan b”. No se puede traducir la potencia viva del encuentro en el aula al plano digital, pero sí se puede ofrecer una alternativa, otra cosa, otra experiencia de acceso al conocimiento. Lo mismo me pasa con las exposiciones: no se pueden traducir expos planteadas para el paso experiencial de cuerpos vivos a Instagram con ayuda de unas fotos y unos textos y quedarse tan ancho. Pero sí se puede plantear un proyecto, de cero, en formato digital. Un gran ejemplo de esto son las exposiciones que ha realizado la Fundación Juan March en este tiempo que ha estado cerrada, especialmente la expo que le dedicó a Mondrian: “El caso Mondrian”. O, más recientemente, la que hicieron sobre “Típicos retratos”.

Entrevista publicada originalmente en Blackkamera Magazine:

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