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“Norteamérica profunda”. Historias del joven continente

El escritor bilbaíno Juan Carlos Márquez, galardonado en 2012 con el Premio Euskadi de Literatura por su obra “Tangram”, presenta la reedición de “Norteamérica profunda”, conjunto de relatos localizados en diversos lugares y épocas de Estados Unidos y que son reflejo de la influencia que la cultura americana ha ejercido en el autor.

Leyendo los relatos que componen esta obra por momentos da la impresión de estar ante la traducción de un autor americano de mediados del pasado siglo. La documentación para llevar a cabo este trabajo parece haber sido exhaustiva.

Sí, me he preocupado de verificar muchos aspectos de las localizaciones donde transcurren las historias y las referencias propias de cada época, incluso algunas cuestiones que no aparecen pero que yo he querido conocer para sentirme más seguro. También me ha ayudado mucho en la tarea la observación directa de paisajes y poblaciones muy similares a los que aparecen en el libro que he visitado en mis viajes por EE UU y Canadá y que en cierta forma fueron la semilla de algunos relatos.

Otra cualidad destacable es la facilidad de la lectura, algo que ni mucho menos va en detrimento de la calidad literaria de cada uno de los relatos, ¿ha sido algo premeditado lograr esa inmediatez huyendo de artificios y construcciones enrevesadas o es algo intrínseco a tu forma de escribir?

Es una apuesta personal por la sencillez y la transparencia en el estilo.  Un intento de llegar de manera limpia y directa al lector. El lenguaje es una herramienta de comunicación y a veces la comunicación es más intensa y verosímil cuando el autor hace lo posible por desaparecer, por no marcar constantemente su autoría, por ser una mera cadena de transmisión, un médium más que un fantasma.

Desde la decadente Europa, al menos sus élites culturales, siempre se ha tendido a mirar a esa joven y vital América por encima del hombro, haciendo gala de un extraño complejo de superioridad. No es desde luego el caso de este libro, donde diríase que existe una declarada admiración por Norteamérica, sus habitantes, historia y forma de vida.

No sé si admiración, pero sí respeto. De lo que estoy seguro es de que no somos mejores que ellos a la hora de la verdad. No hace mucho tuvimos una guerra dentro de Europa y miramos hacia otro lado.

El relato corto es el eje de tu obra literaria, ¿hay algo a lo que un relato corto no pueda llegar y sí en cambio una novela?

El relato y la novela afrontan, creo yo, retos y necesidades muy diferentes. El relato intenta atrapar porciones de vida, momentos de inflexión,  de descubrimiento, de pérdida, es una instantánea narrativa, una foto hecha con palabras, o bien aborda un aspecto o una tara muy determinada en la psicología de un personaje. El relato, cuando funciona, es fulgurante, explota ante nuestros ojos, no se puede apartar la mirada de él. Es probable que la imagen o la sensación que quede grabada en nuestra memoria permanezca allí siempre y que ni siquiera recordemos de qué trataba el relato, cuál era la “historia”. La novela, por su parte, es más testimonial, se recuerda argumentalmente porque es el desarrollo de una tesis, una idea, la compleción de un viaje que se proyecta a menudo sobre un itinerario. La novela es menos intuitiva que el relato. Precisa de otro tipo de escritura, obedece a un orden mental prioritario. El relato es una mirilla por la que mirar. La novela es un gran ventanal. El relato es un pez recién enganchado en un anzuelo, aún se agita. La novela es un pez sobre una mesa, preparado para que le quiten las escamas, la cabeza, lo destripen, lo salen y lo echen a la sartén.

Norteamérica profunda fue escrito ya hace varios años, ¿has notado la evolución en tu estilo releyendo los textos? ¿Has tenido la tentación de rehacerlos o lo que queda escrito y publicado ha de quedar como tal para siempre?

He tenido esa tentación, en efecto, pero he conseguido vencerla con mucho esfuerzo. Lo único que he “tocado” han sido algunos aspectos tangenciales, relacionados con la documentación. Como autor me resulta complicado hablar de una evolución en mi estilo, es algo de lo que no soy ni quiero ser muy consciente. Creo que cada narración precisa un estilo y que el estilo emana o debiera emanar de la historia o de los personajes que la protagonizan más que ser una marca de autoría del escritor. Por supuesto, en cada uno de mis libros, como imagino que le ocurrirá a todos los escritores, se refleja estilísticamente el período vital en que me encuentro, mis lecturas de esos años y la influencia de otras artes, mis búsquedas estéticas, ese puñado de retos de los que procuro proveerme para que escribir siga siendo una actividad emocionante para mí, pero todo eso a la vez es muy misterioso, se me escapa en su conjunto de interacciones.

Si este libro cayera en manos de un lector estadounidense, ¿cuál crees que sería su opinión sobre la visión que das de América? Diría que hay demasiados tópicos o que sin embargo en sus líneas se ilustra a la perfección la esencia de una parte e historia de los Estados Unidos.

No lo sé. El destinatario directo de este libro no son los norteamericanos porque no creo que sus experiencias y percepciones coincidan con las mías, que no dejo de ser un hombre “colonizado” por la cultura norteamericana, un receptor más que un actor. Mi libro es más fácil que conecte con mis compatriotas o con el resto de europeos de una franja de edad similar, pues hemos vivido y consumido la pregnancia de los mismos productos artísticos e industriales “norteamericanos” y  de manera semejante.

Tras un 2012 que puede considerarse exitoso por la repercusión y reconocimiento que tu último libro, “Tangram”, ha tenido, ¿cómo afrontas la responsabilidad de volver a enfrentarte al papel en blanco? ¿Algún proyecto nuevo camino de realizarse?

Con el mismo entusiasmo de siempre, pero con cierta inquietud  (espero que provechosa), porque la repercusión y el reconocimiento, para que sigan existiendo, necesitan ser revalidados con cada nuevo libro. Estoy escribiendo un diario novelado de corte apocalíptico, a mí me gusta llamarlo ciencia-ficción humanista, que transcurre en la Tierra y en Marte.  Lo he titulado “Los últimos”.

«Norteamérica profunda», Juan Carlos Márquez, Ed. Salto de Página, 104 páginas, 13 euros.

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